por Juan Battaleme
“Si Hillary gana, Satanás gana; pero Jesús no lo va a permitir”, reza uno de los tantos avisos que se realizaron en Facebook durante la campaña presidencial que enfrentó Hillary Clinton contra Donald Trump. Este tipo de publicidad política provocó que el día 31/10/2017, Google, Twitter y Facebook, tuvieran que dar explicaciones al Comité Especial de Inteligencia del Congreso Norteamericano ya que sus plataformas fueron utilizadas para “atentar” contra la democracia norteamericana, tal como sostiene Robert Muller, encargado de la investigación sobre los contactos entre la inteligencia rusa y colaboradores de la campaña del ahora presidente de Estados Unidos.
Políticos preocupados por sus carreras, como consecuencia de las interacciones en el mundo virtual y el uso que sus competidores políticos puedan hacer, requirieron a los gigantes tecnológicos que hagan más por proteger al país de las intervenciones externas, en especial de una potencia como Rusia. Sin embargo, el compromiso de las grandes compañías tecnológicas fue lábil. Hacer más, desde su perspectiva, implicaría afectar su modelo de negocios demostrando que también en el sector tecnológico -como consecuencia de la aparición de intereses contrapuestos- la cooperación público-privada se vuelve inestable y ríspida, siendo esta la primera lección.
Que las potencias interfieran en los asuntos internos de otros países no es algo nuevo en materia de política internacional. Sin embargo, antes intervenían en los países periféricos, donde potencias tenían intereses en juego, dejando de lado involucrarse directamente con el oponente ya que los riesgos eran mayores.
Rusia acaba de probar que se puede intentar obstruir también en los países rectores como consecuencia de los grises – las sutilezas que van más allá de la “invisibilidad” en el ciberespacio donde la misma idea de “libertad de expresión” aparece ambigua -probando además que las democracias presentan mayor vulnerabilidad en el mundo de las opiniones virtuales que las autocracias. Esta es la segunda lección y la que tiene mayores implicancias para un país mediano y democrático como Argentina.
La tormenta política que desató la victoria de Trump asistida por Rusia se mostró más que útil. Rusia y China continúan avanzando en sus objetivos, mientras que EE.UU. -competidor estratégico de ambos- discute la legitimidad del actual presidente como consecuencia de sus conexiones. Para Putin el prospecto de una Hillary concentrada en Rusia era bastante peor que el actual. Si bien el Manual de Tallin sobre ciberoperaciones está en vigencia dista mucho de ser un “derecho” consensuado de la comunidad internacional sobre cómo conducirse en el ciberespacio. Este espacio es discrecional y basado en capacidades.
La tercera lección nos obliga a ordenar el espectro legal considerando que el ciberespacio en la actualidad se basa en una gobernabilidad con un importante componente de fuerza. La posibilidad de emplear una amplia gama de medios digitales para interferir en una elección plantea serias preguntas para aquellos países que no tienen los recursos materiales y legales para hacer frente a los desafíos que dichas tecnologías suponen. Si bien las campañas de desinformación siempre existieron, en la actualidad presentan mayor sofisticación. El objetivo implica desinformar, alterando la veracidad de los hechos, y generar tanto “ruido” y discusión como sea posible usando la libertad de expresión para provocar conductas altamente divisivas. En esa confusión es en donde resulta más sencillo influir o ensuciar el debate.
La cuarta es que las redes sociales en sí no son ni buenas ni malas, son explotables y la gente tiende a darle una entidad creciente mayor como parte de una “guerra” comunicacional actual.
Argentina, con ciclos electorales cada dos años y uno presidencial a la vuelta de la esquina, tiene que reflexionar sobre las consecuencias de las discusiones que se están sucediendo en los países desarrollados sobre las condiciones en las cuales se van a regular las redes sociales en particular e Internet en general. Hasta el momento, la visión por la cual estas son una herramienta para luchar contra regímenes que oprimen comienza a mostrar un lado complejo y vulnerable para las democracias. Un entendimiento amplio del impacto estratégico que las mismas provocan es necesario para que se legisle de manera tal de preservar nuestra soberanía política, la cual hoy también se disputa en el espacio virtual.
(*): Director de la Licenciatura en Gobierno y Relaciones Internacionales de la Fundación UADE.